Una mariposa para recordar el poder de transformación y adaptación. Un colibrí como recordatorio de la magia que existe en nuestro alrededor; un infinito para hacernos fluir. Un corazón para el amor que circula, una estrella para seguir brillando, una libélula para reconocer nuestra madurez. Un árbol de la vida para recordar “de dónde vengo y a donde quiero crecer.”
Estos símbolos cuelgan de las pulseras que usa una de las lectoras de esta newsletter para recordar su camino. En octubre compartí con ustedes esta entrega donde les preguntaba qué hacían ustedes para (re) conectar. Meditación, terapia, yoga (o alguna disciplina física), escribir, respirar, no ver las redes sociales, y demás fueron algunas de las principales respuestas de las cinco personas que me contestaron.
Les prometí una segunda entrega sobre el mismo tema, pero por alguna extraña razón creí que “debía” sentirme conectada para escribir la segunda parte. Un patrón muy yo: sentirme alegre para interactuar con amigues, sentirme inteligente para ser periodista, sentirme zen (whatever that means!) para ser maestra de yoga, sentirme estable para ser amante, etc. Pero, así como me compartieron dos lectoras, también intento ser más coherente con lo que soy y pienso. Así que ahora les comparto esto que a lo mejor no suena tan segunda parte de ese primer post.
Hoy recordé los rituales de mi mamá. La peste del incienso, la fumarola invadiendo toda la casa, y mi hermana y yo alejándonos rápidamente de los espacios gritando: “¡Guácala!” “¡Guácala!” Mientras, mi mamá, usando su delantal como si hubiera preparado la receta más compleja con ingredientes secretos, recorría cada esquina de la casa levantando un sartén con su brazo derecho y recitando en voz baja no sé que cosa. Su mano izquierda la movía por encima del sartén con cierto ritmo, como creando espirales. Me daba paz verla, y emoción. Era la confirmación de que venía un final, pero también un principio. Confiaba en las palabras que salían de su boca aunque no supiera con quién hablara, aunque no supiera qué pedía. No era solo el final de un año, era un comienzo limpio para nosotras — mi mamá, mi hermana, y yo—, era la confirmación que las tres íbamos a estar bien, y nuestra casa nos iba a acoger. Era mi mamá haciendo magia, y yo creyendo plenamente en sus poderes.
Mi mamá sigue con su magia: en su astrología, en el tarot que empezó a aprender este año, en las caricias que le hace cada noche a Loretta y Pelusa para que se duerman (ver foto abajo), en su silencio cuando siento que me estoy desvaneciendo y en los Ferrero Rocher que me trae cuando sabe que ya me harté de desvanecerme. En ese verme de lejos, pero de cerquita por si acaso, mientras me permito desvanecerme para recordar nuestra magia. Eso que venimos cargando dentro de nosotras, pero abandonamos cuando salimos al exterior.
Le llamo magia porque yo soy la escéptica de la familia. Porque me da miedo, porque me hace vulnerable, porque me hace poderosa. A lo mejor (re)conectarme es eso: sacar el sartén, quemar incienso, y recitar las palabras que viven dentro de nosotras. A lo mejor me he sentido desconectada porque me he conectado a otras cosas, a otros espacios, a otras partes dentro de mí. A lo mejor no es solo el mundo que está colapsando; a lo mejor es mi cuerpo dejando que ese mundo colapse. Que el dolor sí puede habitar en mí, la tristeza, la devastación, el sufrimiento… que mi espacio seguro soy Yo. Y siempre tendré los rituales de mi madre (y su madre y la madre de ella) para (re)conectar cuantas veces sea necesario.
Feliz año nuevo, mis cinco lectorxs. Que este 2022 creemos nuestra propia magia, en privado y en colectivo.
Los rituales de mi mamá
Me encanta como escribes, admiro tu búsqueda y comparto tu deseo de ser cada día más auténtica. FELIZ AÑO 2022 Gloria (66 años)
Feliz año Chanty! Que sigas reinventándote y haciéndonos partícipes de ello, no dejes de escribir ni de compartir, te quiero hermosa 😘