La señora de la que todo el mundo escribe
Cómo una entrevista fallida en Kosovo me recordó cómo seguimos fallando como humanidad
El día que ella entendió que su esposo y sus cuatro hijos estaban muertos fue un 14 de junio, un día después de mi cumpleaños. Hasta ese momento de mi vida, solo asociaba la palabra ‘entender’ con la mente, y posicionaba a la mente únicamente en la cabeza, como si solo cupiera dentro de los límites de nuestro cráneo. Comprendía que entender no era lo mismo que saber, y que la aceptación no era necesariamente parte de ella.
Conocí a Ferdonije Qerkezi porque buscaba una historia. Tenía miedo de conocerla y no estaba segura si iba a poder hacer algo con lo que me contara. El periodismo deshecha historias y realza otras, y yo sigo siendo parte de esa máquina por más que intento encontrar otras formas.
Cuando mi enlace en Kosovo, conocido como fixer en el periodismo, me compartió mi itinerario para Gjakova, una ciudad al oeste de la capital Pristina, esta entrevista era la única que faltaba por confirmar. Durante los días previos, mientras cubría varios actos conmemorativos anuales de las masacres que se cometieron en esa región, yo deseaba silenciosamente que no sucediera esa entrevista.
Gjakova era la penúltima parada de este viaje de reportería de casi un mes, mi mamá era mi único contacto con mi realidad a través de mensajes y llamadas breves por WhatsApp, y cada día que pasaba me sentía más incapaz de cargar con la responsabilidad que viene al escuchar las vidas de las personas. I am no foreign correspondent, entendí ahí.
La casa de la Sra. Qerkezi es un museo, y todo periodista que pisa Gjakova ha escrito sobre ella. Entonces, pensaba: ¿Para qué la vuelvo a entrevistar yo? ¿Para qué le hago repetir una vez más lo que le ha contado a docenas de personas sin que logre cambiar su realidad?
Fue el 27 de marzo de 1999 cuando el ejército serbio irrumpió en la casa de la Sra. Qerkezi, y se llevó a su esposo Halim, y a sus hijos Artan, Armend, Ardian, y Edmond, de 14 años. Pero fue hasta junio, cuando terminó el bombardeo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) sobre la antigua Yugoslavia, que la Sra. Qerkezi entendió que su familia estaba muerta.
“Mi casa es un museo. No había otra forma de seguir existiendo sin ellos,” fueron las primeras palabras que me dijo.
Al sentarme frente a ella, lo primero que tuve que hacer —que debí hacer semanas atrás durante mis primeras entrevistas en Bosnia— era soltar lo que había construido en mi mente para ellas y para mí. A lo largo de mi carrera, he enterrado un montón de sueños, y si tuvieran un epitafio se leería así: Lo que siempre sentí que no era para mí, pero aún así perseguí. Ese viaje se empezaba a sentir así. No porque no debía haberlo hecho, pero las razones por las que lo hice originalmente estaban debajo de ambiciones profesionales, estándares periodísticos, y claro, requisitos de la beca que me había permitido llegar hasta acá.
La historia de la Sra. Qerkezi la escribí en mi libreta de notas ese día, luego en un documento de word donde transcribí la entrevista, después en el texto que publiqué, e iba a escribirla una vez más aquí en este espacio que ahora comparto con ustedes pero es mejor que le den click al enlace de arriba, o recurran a Google.
Esta entrevista la he leído docenas de veces en estos dos años, y cada vez rehago las preguntas o incluso formulo nuevas: ¿Por qué no le pregunté sobre ella antes de ser madre?
Pronto será el 14 de junio, y la empiezo a tener más presente porque cuando yo celebro un año más de mi vida, ella honra las vidas que alguna vez tuvo. Sigo intentando entender ciertos fragmentos de su historia, los procesos por los que ha navegado, y la relación que ha construido con la memoria, con su memoria. Pero eso sí, la mente ya no la veo restringida por los límites de nuestro cráneo. Posiblemente por eso sigo pensando en ella.
Hay veces que me siento frente a ciertas mujeres y me dan ganas de pedirles perdón en nombre de toda la humanidad como si yo fuera la embajadora global de la sanación colectiva. Como cuando un familiar tuyo comete una ofensa y ahí andas avergonzada pidiendo disculpas en su nombre, y casi casi dices que no sabes por qué actuó así, que en tu familia no son así, y por más que intentas deslindarte, tu familia sí es así y tú eres parte de ella.
¿Qué estoy leyendo?
Este año decidí regresar a leer ficción. Aunque voy medio lento con mi propósito, ya leí dos que les quiero recomendar porque me gustó mucho cómo las autoras nos sumergen en las vidas y mundos internos de diversas mujeres en distintos contextos sociopolíticos. Girl, Woman, Other de la autora británica Bernardine Evaristo (creo que no está disponible en español) y Roza tumba quema de la escritora salvadoreña Claudia Hernández. Si los leen, platíquenme qué tal.
Gracias por leerme una vez más, y tratar de seguir mis pensamientos durante mercurio retrógrado (y días antes de mi cumpleaños que siempre entro en crisis, posiblemente esa será mi tercera entrega). Recuerden share, like, comment, y todo eso que dizque nos hace una comunidad :P Hasta dentro de dos semanas.
"y cada día que pasaba me sentía más incapaz de cargar con la responsabilidad que viene al escuchar las vidas de las personas" me identifiqué