¿Cómo nos contamos (en colectivo)?
Dicen que el “horror” está por todos lados en este lugar que llamamos nuestra tierra. Pero ¿cuáles verdades escondemos al apelar y designar sentimientos?
El último día de mi reportería en Kosovo, la intérprete con la que tuve el honor de colaborar me invitó a cenar.
Antes de continuar, me gustaría hacer una aclaración, o más bien una confesión. ¿Sacan a esas personas que se fueron a estudiar alguna vez, o pasaron el verano, en las Europas y siguen hablando de ese viaje por los siglos de los siglos? Yo soy así con mi trabajo de campo en los Balcanes en 2019.
No es que haya sido mi primera experiencia internacional, pero yo siempre soñé con Kosovo. Desde los 15 años. Un poco de contexto:
El 20 de marzo de 2003, llegué de la secundaria y encendí la televisión pequeña que estaba al final de la barra de la cocina. Me senté en el banquito de madera y comí milanesa empanizada con arroz rojo y papas fritas, mientras veía las noticias. Lolita Ayala, la primera mujer en encabezar un noticiero en México, anunciaba que Estados Unidos había bombardeado Irak como parte de una campaña de “shock y pavor.” Las imágenes mostraban enormes nubes de humo elevándose hacia el cielo nocturno y brillantes destellos de luz en el horizonte. Luego, en el primer plano, aparecía un adolescente como yo sentado en una cama de hospital con la cabeza cubierta con vendas y la mirada ausente. Mientras, mi mamá seguía friendo las milanesas al otro lado de la barra.
Dejé de comer y me tragué las lágrimas. "No mires eso, prieta. Estás comiendo,” recuerdo escuchar la voz de mi mamá a lo lejos aunque estaba a tan solo unos cuantos pasos. Ese es uno de los primero recuerdos que tengo de “haber visto” la guerra. Años atrás, había sentido algo similar viendo las noticias sobre la guerra en Kosovo. No recuerdo bien el momento ni las imágenes, ni porque quise ir a Kosovo cuando veía las noticias sobre Irak, pero bueno es lo más que puede hacer mi memoria en estos tiempos.
Ese mediodía de marzo me di cuenta de dos cosas: que hay momentos inapropiados para hablar sobre algunas de nuestras realidades y que quería ser corresponsal de guerra. Sigo sin entender cuáles son los momentos apropiados y no fui corresponsal de guerra. Pero como quiera llegué a Kosovo.
Y en mi última noche en Pristina, fui a cenar con mi intérprete y guía que llamaré simplemente “A.” Ella no era una persona que se convirtió en traductora por estudiar idiomas en alguna institución, ni tampoco era experta en desaparición forzada por haber leído libros o entrevistado a docenas de personas. Durante la guerra, “A”, como mucha gente joven que tenía “buen inglés”, se convirtió en intérprete para los ‘cascos azules’ de las Naciones Unidas. El primer día me platicó sobre este trabajo, y el segundo día, antes de conocer a una de las líderes de la asociación de familiares de personas desaparecidas en la ciudad de Gjakova, me dijo lo otro: Su hermano también había sido desaparecido.
La poca confianza que había podido recolectar en estos días se me escapó con esta nueva información. La presión aumentó. Todas las preguntas y respuestas iban a pasar a través de ella, mientras su historia de vida estaba ahí, presente. ¿En algún momento iba a detener la entrevista y decirme que estaba haciendo las preguntas incorrectas? ¿Era posible que la información que yo quería obtener pasara a través de ella sin que tocara su cuerpo, su propia narrativa?
Mis dudas se disiparon inmediatamente. No solo fue mi intermediaria con las personas que entrevisté, pero con la ciudad, con los memoriales, la comida, los hábitos, las rutinas antes y después de la guerra, con la tierra donde estábamos paradas. Me mostró sin decirme.
Esa noche, cambiamos roles. Ella me hacía las preguntas y yo trataba de contestar, aunque todavía era muy pronto para contestar preguntas sobre Kosovo (tres años después, sigo intentando). Le dije que estaba nerviosa, que tenía miedo de sentarme a escribir porque bien sabemos que esa es la parte más difícil. Y me respondió con algo así: Lo que tú escribas nos va a mostrar a nosotros cómo nos estamos contando, cómo contamos nuestra historia.
Les empecé a contar todo esto porque quería platicarles que vi la serie de Netflix “Somos” (que se promociona como la serie contada desde la voz de las víctimas) y quería compartir mi reseña. También quería compartirles unos pseudo análisis sobre algunas noticias de las últimas semanas. Pero perdí el interés al terminar de escribir mi anécdota. Aparte de que es verano y están las Olimpiadas, estoy muy cansada. Escucho y leo lo mismo por todos lados, y no creo que yo, en estos momentos, pueda aportar una reseña o un análisis diferente. Quiero un respiro. A veces siento que es este ‘encierro’ en el que sigo desde marzo 2020, pero sé que cambiar de lugar geográfico sería un respiro temporal. Tengo ganas de vivir otras formas de compartirnos, de contarnos. El horror ya no me horroriza. Y no es por normalizarlo, es porque ya no quiero quedarme en el sentir que ellos quieren que sienta.
Sí, yo también espero un día que mis pensamientos tengan más sentido. Felicidades si lograron leer hasta aquí.
Sneak Peek de agosto
El próximo mes, Las Otras Guerras les traerá algo desde Haití y su primer especial por motivo del Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas.
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